miércoles, 20 de marzo de 2013




Lovers in a Café - Brassaï



Era repugnante aquella oficina de cristales tan sucios que apenas dejaban observar el frenético ritmo de los transeúntes en las calles. Nunca ningún empleado tenía la oportunidad de ver alguna disputa de pareja, la fogosidad de dos jóvenes que no se supieran observados o el gesto complaciente de una mascota que sale a pasear con su dueño. Nada insólito, capaz de sustraerles de la nimiedad esparcida entre las pilas de documentos, tenía lugar allí. Sin embargo, fue ese el espacio que acogió su primer encuentro, más cercano a un relato de magazine adolescente que a aquellas historias capaces de despertar el interés de los nietos durante la celebración de una reunión familiar. 
Chocaron junto a una máquina de café; si él se hubiera colocado unos centímetros más lejos para esperar su turno y ella no se hubiera girado tan bruscamente, sobresaltada por el sonido del móvil, probablemente este incidente embarazo para ambos no hubiera tenido lugar. Cuando el vaso cayó al suelo, todos los papeles que llevaba en las manos se tiñeron de color sepia. Durante un minuto ella repitió palabras de disculpa, frases hechas, "cómo no te he visto", "perdón, con esta prisa no sé ni lo que hago". Apenas se fijaron el uno en el otro, tan preocupados como estaban por la inminente reprimenda de algún mandamás. De hecho así fue, pero en eso no merece la pena detenerse. Seis horas después se hallaban en una cafetería próxima enfrascados en una conversación de esas en las que se dice más bien poco pero permiten despejar la incógnita de si queremos o no seguir mirando en los ojos de quien tenemos enfrente.

Más tarde vinieron las mudanzas, la embriaguez de los primeros meses, la fiesta de confeti aun siendo lunes. Ninguno de ellos habló nada al respecto pero parecía existir un acuerdo tácito por el que prometieron discurrir hombro con hombro por el mismo sendero estrecho y fascinante. Él hacía cuentas y jamás apostaba si no era sobre seguro. Ella huía del equilibrio y nunca reía del mismo modo. A veces observaban idéntico paisaje y él luchaba por ordenar las explicaciones que le brotaban de los labios, enzarzándose en relatos soporíferos donde nunca faltaban datos y magnitudes, palabras grandilocuentes y conclusiones irrefutables; mientras, ella quedaba extasiada por el color anaranjado que parecía precipitarse sobre ellos y miraba dulcemente a la mujer que amamantaba a un niño sentada en la arena, casi le hubiera dolido tener que pronunciar una palabra: cuando se hallaba frente a frente con los misterios fundamentales le parecía necio aludir a esa paz que le oprimía el pecho y seguía ascendiendo hacia un lugar indeterminado cerca de la boca.

Al término del trayecto solamente logró llegar el fin. Chocaron de nuevo en algún pasillo de la oficina, si cabe aún más sucia y apocada, pero ya no volvieron a buscar una excusa para acercarse a cualquier cafetería colindante.