miércoles, 26 de septiembre de 2012

Callar y quemarse es el castigo más grande que nos podemos echar encima. ¿De qué me sirvió a mí el orgullo y el no mirarte y el dejarte despierta noches y noches? ¡De nada! ¿Sirvió para echarme fuego encima! Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad. ¡Cuándo las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque! 
Bodas de sangre, Federico García Lorca

Arrancar. Tienes un montón de relatos esperando bajo una cubierta dura y de color azul. Raymond Carver. Es difícil sobrecogerse, pero a veces... a veces alguien juega con palabras precisas como un reloj de cuco y de pronto no necesitas compadecerte de nadie sino de ti. Arrancar no es posible, no ahora que "las cosas llegan a los centros", o llegaron ya y apenas se reblandecen un instante, no te dan tiempo a resquebrajarlas. Quizá golpear te resulte más sencillo. Golpear, como algunos personajes que parecen salir del libro que sujetas para apretar sus nudillos delante tuya justo antes de asestarte un buen revés. Y no sabes si deberías mirar hacia ambos lados del vagón, o bajar un poco más los ojos; no se puede estar sola cuando una muchedumbre de rostros tristes se agolpa para coger el mismo tren, aunque una historia te atraviese y las vísceras que nadie ve reposen en el suelo. Son vísceras pero no sangra nada. O sangra a la manera en que sangran las cosas que de verdad escuecen. No sabes muy bien por qué pero te vienen a la cabeza los dibujos que escondías en las últimas páginas del bloc escolar cuando eras una niña y los murmullos que resuenan en los tímpanos equivocados. El tren va a efectuar su entrada en la estación, repite una voz mecánica, y acomodas a Carver entre una botella de agua, dos montoncillos de apuntes y un monedero gastado. Por fin puedes darte una tregua.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Where you invest your love, you invest your life








Justo eso, aunque sepas que caminar hacia el lugar que quieres es infinitamente más complicado que dirigirte hacia ningún espacio en concreto. Pero es justo eso, te das cuenta. Primero quema y después te das cuenta. O quizá precisamente porque te das cuenta, quema, no estás segura. Como cuando decides escribir las palabras que (te) asustan en el margen de la hoja, inconexas, alejadas, evitando observar en toda su magnitud el perfil exacto de tu necedad, tus certezas de argamasa. Lo verdadero es como un hilillo de sangre, ¿no crees? A nadie le gusta observar cómo tiemblan sus extremidades y se resquebrajan sus cimientos; o ser consciente de que es imposible eludir el momento de enfrentarte a la vacuidad de las razones que esgrimes para justificar tu vida. 

Resulta estúpido eso de las razones para justificar no se qué ante no se sabe quién, los argumentos de peso y demás expresiones soporíferas y severas. ¿Para qué querrías entregar  a todos los que desean indagar sobre ti -sin detenerse en ti- ese ramillete de dudas que tejes y destejes según tu voluntad, tu antojo, tu miedo? 

Es preciado ese ramillete... ¡tan bien te resume y tan poco dice explícitamente de ti! Sería inútil que alguien intentara construir a partir de él una imagen certera, ni siquiera aproximada, de tu persona. Terminaría recreando una sensación similar a la de un bebé engalanado para un bautizo -precioso entre telas brillantes pero incómodo en su verdadero sentir- y poco más. Bueno, al menos lo que quede de trayecto podrás llevar esas flores de nada entre los brazos, agradecer su compañía silenciosa. Y cuando arrojes todas esas razones y ese mundo de cielos que no son, esperarás tan sólo a quien desee esperarte.  


*El título de la entrada corresponde a un extracto de la canción "Awake my soul" de Mumford & Sons.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Nadie salvó y nadie estuvo a salvo

La fe en sus manos se partirá en dos.
Dylan Thomas

Soy yo, Casandra,
y esta es mi ciudad bajo las cenizas.
Wyslawa Symborska

Más a menudo de lo que desearíamos las personas se salen del boceto que les habíamos asignado. O del boceto que ellas mismas habían ido trazando para entregárnoslo un día, temblorosas y cómplices, bajo la promesa no expresada de adorar  sin fiebre, con honestidad, lo compartido, de preservar de la astucia de los años lo digno de ser reconstruido en la memoria. 

Al final, lo poco o mucho digno de preservarse lo suele portar uno solo entre las manos, porque cuando el agua se agolpa entre el espacio que va desde tus hombros a la punta de tus pies únicamente hay un cuaderno al borde de la cama y nadie ha llegado para poner las palabras indecibles en tu boca, nadie salvó y ninguna vivencia ha quedado redimida. Sobre la celulosa, la caligrafía es tenue como la de un párvulo, dos metros más allá, dentro del cuerpo que supones tuyo -porque así debe ser y porque algo debía contener esta interrogación de lunes-, la confianza es un avión de papel cuadriculado reducido a masilla tras descender a un charco. Prefieres observar, levemente escondida tras un estor, cómo la estrecha callejuela a la que da la cocina se llena de viandantes, de humo, palmas sudorosas, historias que imaginas frágiles, plenas, con pulso de certezas perdurables y copas que no estallan por la incomprensión sino por lo incontenible. 

Aunque no puedas obviar que siempre hay un poco de sangre coagulada entre aquella otra que brota a borbotones, un poco de dolor debajo del umbral de lo que fluye, la visión de la acera te devuelve a los días en que creer era algo más que abrir carpetas de fotografías antiguas en el PC e intentar reafirmarte, sin ningún atisbo de seguridad y escasa convicción, en eso de que lo valioso es capaz de trascender el mísero reflejo de lo traicionado. 


E. Hopper

miércoles, 12 de septiembre de 2012



En las vías de tren 
casi siempre yace
algún cadáver.
Alguien
que ya no es
pero lo desconoce.

Las estaciones no tienen
tiempo de engalanarse
con flores
ni puede entonar
su pequeña canción triste
el metal engrasado
hace unas horas.

Los crespones deberán esperar
a más difuntos,
tal vez a más difuntos honoríficos
(una explosión,
un militar desecho en la metralla,
intelectuales y artistas
"cuya pérdida nos deja desolados").

En el pueblo el párroco 
no hará correr la voz
y la madre se pintará
frente al espejo
como cada mañana de oficina.

Mientras tanto
algunos viajeros se preguntan,
sus ojos como úteros vacíos...

jueves, 6 de septiembre de 2012

Sobre lo poético y/o lo fatídico

Parece como si existiera en el cerebro una región totalmente específica, que podría denominarse memoria poética y que registrara aquello que nos ha conmovido, encantado, que ha hecho hermosa nuestra vida. Desde que conoció a Teresa ninguna mujer tenía derecho a imprimir en esa parte del cerebro ni la más fugaz de las huellas (...).  

Su aventura con Teresa había empezado precisamente en el mismo punto en que terminaban las aventuras con otras mujeres. Tenía lugar al otro lado del imperativo que le impulsaba a conquistar a mujeres. No pretendía descubrir nada en Teresa. A Teresa la recibió descubierta. Hizo el amor con ella antes de que le diese tiempo de coger el escalpelo imaginario con el que abría el cuerpo yacente del mundo. Antes aun de que tuviera tiempo de preguntarse cómo sería cuando hiciera el amor con ella, ya le estaba haciendo el amor.

La historia de amor empezó después: le dio fiebre y él no pudo mandarla a su casa como a otras mujeres. Se arrodilló junto a su cama y se le ocurrió que alguien se la había enviado río abajo en un cesto. Ya dije que las metáforas son peligrosas. El amor empieza por una metáfora. Dicho de otro modo: el amor empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética.

La insoportable levedad del ser, Milan Kundera


Todos tenemos esos objetos que nos son fatídicos -un paisaje reiterado en unos casos, un número en otros-, cuidadosamente elegidos por los dioses a fin de suscitar acontecimientos de especial significación para nosotros: aquí tropezará siempre John, allí se le partirá el corazón siempre a Jane.
Lolita, Vladimir Nabokov

martes, 4 de septiembre de 2012

(Sarah Moon)

                        

                           Ojalá nunca dejes que la marea me cubra por entero... 
                           y que dibujes soles en mi nuca 
                           cuando el azul me hiera entre los ojos.