Callar y quemarse es el castigo más grande que nos podemos echar encima. ¿De qué me sirvió a mí el orgullo y el no mirarte y el dejarte despierta noches y noches? ¡De nada! ¿Sirvió para echarme fuego encima! Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad. ¡Cuándo las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque!
Bodas de sangre, Federico García Lorca
Arrancar. Tienes un montón de relatos esperando bajo una cubierta dura y de color azul. Raymond Carver. Es difícil sobrecogerse, pero a veces... a veces alguien juega con palabras precisas como un reloj de cuco y de pronto no necesitas compadecerte de nadie sino de ti. Arrancar no es posible, no ahora que "las cosas llegan a los centros", o llegaron ya y apenas se reblandecen un instante, no te dan tiempo a resquebrajarlas. Quizá golpear te resulte más sencillo. Golpear, como algunos personajes que parecen salir del libro que sujetas para apretar sus nudillos delante tuya justo antes de asestarte un buen revés. Y no sabes si deberías mirar hacia ambos lados del vagón, o bajar un poco más los ojos; no se puede estar sola cuando una muchedumbre de rostros tristes se agolpa para coger el mismo tren, aunque una historia te atraviese y las vísceras que nadie ve reposen en el suelo. Son vísceras pero no sangra nada. O sangra a la manera en que sangran las cosas que de verdad escuecen. No sabes muy bien por qué pero te vienen a la cabeza los dibujos que escondías en las últimas páginas del bloc escolar cuando eras una niña y los murmullos que resuenan en los tímpanos equivocados. El tren va a efectuar su entrada en la estación, repite una voz mecánica, y acomodas a Carver entre una botella de agua, dos montoncillos de apuntes y un monedero gastado. Por fin puedes darte una tregua.