jueves, 14 de noviembre de 2013



Ya no soy una persona devastada. Estoy segura de que te alegraría abrazar esta suerte de esperanza invicta, a pesar de que el viento desordene papeles y mechones o siga siendo triste observar un paisaje a través de una ventana sin rozarte las manos.

He cumplido y he roto, me he dejado vencer y, algunas veces, me despierto sabiendo que un sueño me ha devuelto la oportunidad de escucharte reír, como si lo posible fuera sólo una variable más de lo real. Y doy gracias; doy gracias una y otra vez... y lloro -aunque, debo decirte, una vez descubiertas las instrucciones de Cortázar y Girondo, su correcta consecución no tiene ningún mérito-.

Lloro porque la felicidad es desmedida, sincera, paralizante, y nada es tan sencillo como entonces; o porque es un engaño tan inocente, como un regalo envuelto pero vacío, que no sé cómo conducir de nuevo el pulso al estado común, a la vida que casi nunca es.  En esa celeridad estoy, de nuevo, celebrando, sonriendo tapándome la boca, como   sñtenido viviendo, viviendo.  los oiocente, como un regalo conformado tan sñtenidoen esta foto juntos de hace quince años, con vértigo y la sangre agolpada en los oídos. Viviendo, viviendo... Ambos. Estúpidos, tiernos, infantiles, incontinentes emocionales.

También es incontinente, infantil, y hasta estúpida, esta manera de dirigirme a ti, como si alguna vez pudieran tus ojos dejarse caer por aquí -tus ojos antiguos, grises como un chaparrón a punto de descargar, no esos ojos nuevos que la roca y la tierra egoístamente nos impiden ver-. Y sin embargo, otra vez estoy celebrándote, igual que cuando leí estos versos en un AVE Barcelona-Madrid y me devolvieron a las tardes de verbena, las discotecas móviles, los juegos, un lugar donde poner la sombrilla, gorras desgastadas por el sol... y tantas, tantas cosas que sigo debiendo a tu dignidad y tus silencios: "porque olvidé decirte que no te fueras nunca, que me dejaras, al menos, tu delgada sombra para abrazarla".



* Los versos pertenecen al poemario Crujido, de Princesa Inca.

jueves, 19 de septiembre de 2013

"(...) 
y fachadas de catedrales bordadas de palomas,
y que mañana no será otro día,
y otra sombra resbalando sobre una lágrima".

José Hierro






lunes, 26 de agosto de 2013

En las ciudades nuevas aún no sabes qué baldosín bien valdría un esguince. No conoces las calles, ni las líneas de autobús, ni dónde sería mejor no adentrarse si tu seguridad es tu primer principio. No conoces las cafeterías donde vale la pena detenerse ni los bares que te robarán algunas horas más de las que imaginaste. Ningún espacio te recuerda a nada en especial, quizá algún monumento, una plaza, una fuente, algún vestido con demasiado vuelo; pero aquí no olvidaste nada, aquí nadie te hizo apretar las muelas de rabia o de alegría.  Nadie te rozó el hombro para decirte que habías olvidado tu paraguas en el perchero de la facultad ni te dio los buenos días con una convicción tal que de inmediato lo fueron.

Desconoces la exactitud con que los jardineros recogen las ramas y las colillas, la frecuencia con que un conductor aprieta enfurecido el claxon. Aún no has probado el plato que te hará asidua a un restaurante ni el súper donde ajustarás una y mil veces la lista de la compra cuando gula y bolsillo no hagan migas.


Tampoco sabes nada sobre los afectos. Ni las normas sociales que establecen cómo se debe saludar, qué número de besos marca el protocolo o con qué intensidad debe uno apretar la mano que le tienden. Ahora sólo conoces una cosa: qué atardecer fue el primero en llenarte los ojos de posibles.


miércoles, 21 de agosto de 2013

siempre he querido ser el cemento
que aguanta el peso de la gente:
soy la eterna confirmación de la nada.

(...)
me desangro y no sé hacer
otra cosa al mirarte.

Crujido, Princesa Inca


domingo, 14 de julio de 2013

La ligereza sobre los hombros, el pensamiento despejado, algunos recuerdos que descansan en un lugar sin luz, esperando a que seas capaz de mirarlos sin cegarte. No siempre cerrar maletas significa cerrar etapas pero a veces sucede que lo que espera más allá de las terminales de aeropuertos alberga un futuro hasta entonces insospechado. Puedes extender las manos e intentar abarcarlo, pero siempre, siempre, excederá tu capacidad. Sin embargo, te permitirá también percibir la esperanza que queda justo al otro lado, atisbar el cese de tantas cosas que hoy por hoy es imposible que nombres sin vértigo. Te brindará la oportunidad de curar, de crear, de contemplarte sin tanto barro en los zapatos para marchar sin peso. Entonces, en ese único punto, cerrar maletas sí significará cerrar etapas y habrá algunas en las que convendrá tirar para siempre la llave del candado.


Fotografía de Alfredo Gómez



lunes, 8 de julio de 2013

Sucede que

NO HAY NADIE, ponía en el caparazón.
-¿Cómo puede ser?- los labios de Momo temblaban-. No puede haber desaparecido todo; todo lo que había...
Lentamente apareció en la espalda de Casiopea:
SE FUE.
Por primera vez en su vida, Momo entendía lo que eso significaba. Se sintió más triste que nunca.
-Pero yo -murmuró atónita-, estoy yo.
Habría llorado, pero no podía.
Al cabo de un rato se dio cuenta de que la tortuga le tocaba el pie descalzo.
YO ESTOY CONTIGO, ponía en el caparazón.

Momo, Michael Ende

sábado, 6 de julio de 2013

.

morimos uno a uno
sin saber que todo está muriendo (...).

Tabula rasa,
Nuria Ruiz de Viñasperre y Ana Martín Puigpelat

viernes, 31 de mayo de 2013


"Aún pareció que podríamos abrirnos paso entre el gentío, que en un momento estaríamos juntos. Tan inevitable, sin embargo, como que seguiríamos nuestro camino. Y eso hicimos. No hubo un grito entrecortado, ni una mano en el hombro cuando llegué a la acera. Sólo el destello que capté en uno de sus ojos, apenas más abierto que el otro. El ojo izquierdo, tal como lo recordaba, siempre el izquierdo, que le daba aquella expresión de extrañeza, alerta y asombro, como si se le acabara de ocurrir una idea tan descabellada que diera risa.

Para mí fue igual que cuando me marché de Amundsen en aquel tren, todavía aturdida y perpleja. 

La verdad es que en el amor nada cambia demasiado".

Mi vida querida, Alice Munro



miércoles, 22 de mayo de 2013

Ajuar para una boda



una novia pintada
extenuación
antes del brindis.

Acerca de la nieve
alguien dijo:
blanca, fría.

pero se dice himen
y hay quien piensa
también
metálico argumento:
castidad.

Toda la sangre
esparcida,
habitación ajena:
se consagra el dolor
y nadie gime.

domingo, 12 de mayo de 2013

Tres extractos de una novela bellísima.


Las personas que acaban de perder a alguien tienen una mirada que quizás sólo reconozcan los que han visto esa mirada en su propio rostro. Yo la he visto en mí y ahora la veo en otros. Es una mirada de extrema vulnerabilidad, desnudez y sinceridad. Es la mirada de quien sale de la consulta del oftalmólogo con las pupilas dilatadas a la radiante luz del día o la de quien suele llevar gafas y de repente le obligan a quitárselas. Las personas que han perdido a alguien parecen desnudas porque ellas mismas se creen invisibles. Yo misma me sentí invisible durante un tiempo, incorpórea. Me parecía haber cruzado uno de esos ríos y haber entrado donde sólo podían verme aquellos que recientemente habían sido privados de un ser querido. Comprendí por primera vez la poderosa imagen de los ríos, la laguna Estigia, el Leteo, el barquero con su capa y su remo. Comprendí por primera vez el significado de la práctica del suttee. Las viudas no se arrojaban a la pira por el dolor de la pérdida. La pira ardiente era una precisa representación del lugar al que su dolor (no sus familias, ni la comunidad, ni la costumbre, sino su dolor) les había conducido. La noche que John murió faltaban treinta y un días para nuestro cuarenta aniversario. Ya habrán adivinado que "la sabiduría intensamente dulce" de los últimos versos de "Rose Aylmer" fuera inaccesible para mí. 

   Yo quería más de una noche de recuerdos y suspiros.
   Yo quería gritar.
   Yo quería que volviera.


(...)

-Maldita sea- me dijo John cuando cerró el libro-. No se te ocurra volver a decirme que no sabes escribir. Ese es mi regalo de cumpleaños.
Recuerdo que se me llenaron los ojos de lágrimas.
Las siento ahora.
Visto retrospectivamente, éste había sido mi augurio, mi mensaje, la temprana nevada, el regalo de cumpleaños que nadie más podía hacerme.
Le quedaban veinticinco noches de vida.

(...)

Dejo las llaves en la mesa junto a la puerta antes de darme completamente cuenta. No hay nadie que oiga estas noticias, ni lugar al que ir con los planes por hacer, con el pensamiento incompleto. No hay nadie que esté de acuerdo, ni en desacuerdo, nadie que conteste. «Creo que empiezo a entender por qué el dolor se parece al suspense -escribió C. S. Lewis tras la muerte de su esposa-. Es el resultado de la frustración de tantos impulsos que se habían convertido en habituales. Pensamiento tras pensamiento, sentimiento tras sentimiento, una acción tras acción tuvieron a H. como objeto. Por costumbre, sigo ajustando una flecha a la cuerda y luego recuerdo que tengo que deponer el arco. Tantos caminos llevan mi pensamiento hasta H. que emprendo viaje por uno de ellos. Pero ahora, un puerto fronterizo lo atraviesa. Antaño tantos caminos; ahora, tantos cul de sacs».


El año del pensamiento mágico, Joan Didion.

miércoles, 8 de mayo de 2013

"Tendrías que haber traído muchas cosas, pensó. Pero no las has traído, viejo. Ahora no es el momento de pensar en lo que no tienes. Piensa lo que puedes hacer con lo que hay".

El viejo y el mar, E. Hemingway


Leda 1917, Gustav Klimt

miércoles, 24 de abril de 2013

"Guardo cada pájaro muerto en el corazón. Y queda siempre espacio suficiente para un vuelo".

 Jorge Riechmann.


Barbara Morgan

domingo, 21 de abril de 2013



Cinco meses más tarde y casi sin quererlo, me sorprendo recordando a aquel turista que fijó sus ojos en mí un segundo antes de subir al vagón número seis. Mi única intención es sosegar el recuerdo punzante de esos dos niños con la cara sucia de carbón o de polvo, arrastrando por las vías de tren una confusión de toses y manos diminutas. En un banco cercano se hallaba un hombre esperando recibir las monedas que nacen de la mendicidad, golpeaba el futuro de esos niños, como quien limpia con violencia los restos de arena en una toalla, consciente de que jamás nadie iba a pronunciar una palabra en contra. Posiblemente fuera su padre. En cualquier parte, existe siempre la hiena que disfruta gustosamente de la porción que se le brinde, por mísera y vergonzosa que ésta sea.

La estación se había edificado al descubierto y hacía frío esa mañana -todo el viaje fue un sentirse desnudo, catorce días con la piel no cubierta por las telas que, sin embargo, mitigaban el temblor de los huesos astillados imperceptiblemente-. Nuestro cuerpos pulcros, el olor a limpieza, la suavidad de un pelo cien veces cepillado, se erigían como un signo de traición. La voracidad de sentido apenas existía allí. Todo era prontitud, celeridad, la consecución de un minuto más en el que extender las manos y volver a escuchar el sonido del metal, la recompensa, la única manera de evitar un futuro concierto de gritos y de golpes. También desconocían aquellos dos rostros infantiles de qué modo mendiga el corazón del hombre, de cualquier hombre, del hombre que desea poseer y de ese otro hombre que confunde sus lágrimas en la lluvia. 





Fotografías de Alfredo Gómez