"Todos los hombres rezan al espanto de la vida
Toda tiniebla reza al espanto
Y la única tiniebla es la tiniebla de la vida"
Leopoldo María Panero
Algunos no sonríen, tienen ojos de vidrio
y el licor les resbala entre los dedos.
Perder es como un juego de rayuela:
quien no siga las líneas
conducirá sus pies hacia los precipicios;
y la derrota es esto:
el cuerpo al borde,
riendo desde lejos aquellos que no saben
el mapa de la herida, los mismos
que celebran un horizonte tenue
como decir amor en salas de hospital.
También sostienen sus pedazos...
pero es tu cuerpo el que está al borde.
Ves al fondo tu rostro descarnado,
de él mana la sangre
y te saluda el niño
que balbuceaba papá entre las bofetadas.
Los médicos suministran la amnesia,
el latín bombea otra vez en las sienes,
algunos sueños duran días
y recuerdas cómo tu madre
te acunaba, aún joven, en sus piernas;
tú eras un niño que debía saber
dónde estaba la suma de la niebla y el eclipse
y cómo se comportan los hombres respetables,
el modo de retener las lágrimas,
de escudriñar el mundo sentado en un despacho.
(Mamá nunca lo dijo
pero en la tinta
se gestan muchas sogas).
Tú debías saber,
te repetían siempre...
desconociste casi todo.
Ni siquiera distingues los nombres que te llaman
de entre todas las voces que son solo un disfraz.
Ahora hay días para celebrar la lectura o el fin exámenes,
estás sentado en una caseta, el cenicero lleno de colillas.
Alguien pide una firma y entonces tú trazas unas palabras
en la segunda página de un libro:
orín sobre la tumba de mi padre,
es eso en lo que piensas,
pero escribes cualquier formalidad apresurada,
recoges un billete,
maldita la certeza de los vivos.
LG.