miércoles, 30 de enero de 2013

lunes, 28 de enero de 2013

Cuando el fin llega antes que el principio
presiento cúmulo de horas
asfixiadas antes de nacer.
Amaso las pestañas,
arcilla espesa y cáñamo,
para no ver el mundo.

Cuando el fin llega antes que el principio
no escucho
gorjeo de nubes
o tañir de alas en la orilla;
es un estorbo sucio la piel
-una frontera-

las fronteras no están entre el sujeto y los otros,
las fronteras son entre el sujeto y su carne.
Pero también se erige como límite
esta distancia recta hasta tus ojos.




miércoles, 23 de enero de 2013

Bajo una pequeña estrella


"Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.

Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.

Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.

Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.

Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado

      por alto a cada segundo.

Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo

      el primero.

Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.

Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco
   
   de un minué.

Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño

      a las cinco de la mañana.

Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.

Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,

inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,

absuélveme, aunque fueras un ave disecada.

Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.

Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas

      respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.

Solemnidad, sé magnánima conmigo.

Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.

No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.

Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.

Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos,

      cada una de ellas.

Sé que mientras viva nada me justifica

porque yo misma me lo impido.

Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas

y que me esfuerce después para que parezcan ligeras".

Wislawa Szymborska, 

traducción de Abel A.Murcia.


lunes, 21 de enero de 2013



"And I showed my body to the sea again.
And I laughed at her for being so cruel.
And I left these broken bottles, and empty corridors.
And I walked right on through.
And I never, I never dream of you.
Oh, honey, I never, I never dream of you".


Al menos hasta donde me alcanzaba la vista, no solía haber nadie más en la playa pasadas las siete, a excepción de una pareja de ancianos que paseaba algunas tardes por allí con un niño de apenas dos años, rubio y menudo, rozándoles los talones. Andaba dubitativo, con pasitos cortos y escasamente decididos que solían acabar en tropiezo, pero se mantenía firme y rebosante de asombro cuando miraba al mar. Me descansaba observarle, tenía el pelo enmarañado por la brisa y parecía debatirse entre una alegría intensa y cierto terror casi imperceptible a medida que se acercaba a la orilla. Sus abuelos se situaban detrás de él, sonreían y esperaban a que el el niño les pidiera un helado -el desenlace siempre era ese-; para lo cual tenían que abandonar la playa y acercarse a un pequeño quiosco regentado por una joven argentina que, a fuerza de repetición y costumbre, sabía perfectamente cuál sería su elección y se apresuraba a preparar dos batidos de chocolate y un cono de fresa nada más les observaba aproximarse.

Además de eso y de unos cuantos elementos rutinarios, de aquel verano recuerdo principalmente las dudas, la llovizna suave y constante que caía sobre las aceras del pueblo por las noches, un paisaje nebuloso y abúlico y las noticias que llegaban desde Madrid, en su mayor parte edulcoradas -para evitarme sufrimientos, según me dijeron más tarde-. También la sensación de estar continuamente esperando un desenlace que podía llegar a ser devastador. Siempre llevaba conmigo una libreta pequeña y de hojas cuadriculadas, que sostenía sobre los muslos si decidía sentarme a observar, lo cual sucedía bastante a menudo. Creo que era un modo de poner orden, como si necesitara una parcela de control absolutamente mía, un espacio ileso. Quizá por ese motivo me enfurecía tanto que se levantara de cuando en cuando aquel viento caprichoso e imprevisible, capaz de pasar por mí las páginas del cuaderno sin previo aviso. En cierto modo, no era únicamente aquello lo que me obligaba a retroceder una y otra vez, pero se erigía como un símbolo fácilmente identificable de todos mis pasos en falso. Violar una frontera es más sencillo que reponer un cuerpo, las preguntas de un cuerpo -escribí en la primera de las hojas-. 

miércoles, 16 de enero de 2013

Pienso en el olor a pan reciente, lejos de linfomas y bolsas de suero. A veces tu recuerdo es semilla y aceite, apenas un paisaje distante como la infancia, no este tiempo de elipsis y arañas en la sien. Tengo necesidad de un rostro nuevo que sepa pronunciar los verbos que no duelen y de una jaula -para colgar futuro o fruta fresca- que se rompa tan solo por el uso. 

domingo, 13 de enero de 2013




(Ted Hughes)

(...)
Y años después, ascendió
expuesto como una radiografía
el mapa de tu cerebro aún con parches negros
con cicatrices de tierra quemada,
desde tu retiro. Y tus palabras
eran a contraluz rostros
sujetándose las entrañas.

                                               (Amy Hempel)

Un viaje de cinco horas equivale a tres días con sus noches de viaje en tren, de orilla a orilla.

Puedes ir marcando con tiza las horas que llevas de viaje en el respaldo del asiento delantero. Pero unas setenta horas no te parecerán tan largas si antes de dices a ti misma: «Voy al lugar en el que pasaré el resto de mis días.»


Soldiers of the Sky, Nickolas Muray