domingo, 12 de mayo de 2013

Tres extractos de una novela bellísima.


Las personas que acaban de perder a alguien tienen una mirada que quizás sólo reconozcan los que han visto esa mirada en su propio rostro. Yo la he visto en mí y ahora la veo en otros. Es una mirada de extrema vulnerabilidad, desnudez y sinceridad. Es la mirada de quien sale de la consulta del oftalmólogo con las pupilas dilatadas a la radiante luz del día o la de quien suele llevar gafas y de repente le obligan a quitárselas. Las personas que han perdido a alguien parecen desnudas porque ellas mismas se creen invisibles. Yo misma me sentí invisible durante un tiempo, incorpórea. Me parecía haber cruzado uno de esos ríos y haber entrado donde sólo podían verme aquellos que recientemente habían sido privados de un ser querido. Comprendí por primera vez la poderosa imagen de los ríos, la laguna Estigia, el Leteo, el barquero con su capa y su remo. Comprendí por primera vez el significado de la práctica del suttee. Las viudas no se arrojaban a la pira por el dolor de la pérdida. La pira ardiente era una precisa representación del lugar al que su dolor (no sus familias, ni la comunidad, ni la costumbre, sino su dolor) les había conducido. La noche que John murió faltaban treinta y un días para nuestro cuarenta aniversario. Ya habrán adivinado que "la sabiduría intensamente dulce" de los últimos versos de "Rose Aylmer" fuera inaccesible para mí. 

   Yo quería más de una noche de recuerdos y suspiros.
   Yo quería gritar.
   Yo quería que volviera.


(...)

-Maldita sea- me dijo John cuando cerró el libro-. No se te ocurra volver a decirme que no sabes escribir. Ese es mi regalo de cumpleaños.
Recuerdo que se me llenaron los ojos de lágrimas.
Las siento ahora.
Visto retrospectivamente, éste había sido mi augurio, mi mensaje, la temprana nevada, el regalo de cumpleaños que nadie más podía hacerme.
Le quedaban veinticinco noches de vida.

(...)

Dejo las llaves en la mesa junto a la puerta antes de darme completamente cuenta. No hay nadie que oiga estas noticias, ni lugar al que ir con los planes por hacer, con el pensamiento incompleto. No hay nadie que esté de acuerdo, ni en desacuerdo, nadie que conteste. «Creo que empiezo a entender por qué el dolor se parece al suspense -escribió C. S. Lewis tras la muerte de su esposa-. Es el resultado de la frustración de tantos impulsos que se habían convertido en habituales. Pensamiento tras pensamiento, sentimiento tras sentimiento, una acción tras acción tuvieron a H. como objeto. Por costumbre, sigo ajustando una flecha a la cuerda y luego recuerdo que tengo que deponer el arco. Tantos caminos llevan mi pensamiento hasta H. que emprendo viaje por uno de ellos. Pero ahora, un puerto fronterizo lo atraviesa. Antaño tantos caminos; ahora, tantos cul de sacs».


El año del pensamiento mágico, Joan Didion.

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