miércoles, 4 de julio de 2012

Balance, hoja de ruta.


"I don't want a purpose
     in your life
I want to be lost among 
    your thoughts
the way you listen to New York City
when you fall asleep".
Leonard Cohen

Ha cambiado todo desde que aterricé aquí. El color de las paredes, contemplar el mar a una calle de distancia, escuchar conversaciones que no consigo comprender en su totalidad –aunque eso no es completamente nuevo-, beber chocolate caliente cuando llego a casa (a una casa que no es mi casa y que quizá por eso acaricia menos y duele también menos) tiritando y con la pechera de la cazadora cubierta de un granizo espeso que tarda minutos en desaparecer. Observar a parejas cómplices abrazarse a la salida de la escuela, del trabajo, de la biblioteca, a veces también del hospital (hay uno a apenas seiscientos metros del vecindario); y observar también, en un pub repleto de jóvenes y de cerveza negra rebosando en la barra, a parejas que una hora antes no se conocían buscarse con las palmas de las manos para encontrar a veces esqueletos, amantes que jamás responden no. 

Dije que había cambiado todo, pero yo ya había visto muchos besos y muchas búsquedas antes, en otro escenario, es cierto, pero un cambio de sendero no siempre implica un cambio de destino. Además, hay algunas cosas que permanecen intactas. Las que arañan furiosamente mi pose de persona pausada y hermética, afanadas en hacerme ver que lo que hubiera querido dejar en la puerta de embarque tiene textura ósea y sal y fajines de cartas y memoria de asientos traseros; y fisuras y rotos y carcoma en lo incierto y lo soñado. De eso nadie va a despojarme en ningún control de seguridad. Ojalá alguna compañía aérea tuviera esa delicadeza, la de emprender el vuelo sin la carga que dejan las heridas...




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