Justo eso, aunque sepas que caminar hacia el lugar que quieres es infinitamente más complicado que dirigirte hacia ningún espacio en concreto. Pero es justo eso, te das cuenta. Primero quema y después te das cuenta. O quizá precisamente porque te das cuenta, quema, no estás segura. Como cuando decides escribir las palabras
que (te) asustan en el margen de la hoja, inconexas, alejadas, evitando
observar en toda su magnitud el perfil exacto de tu necedad, tus certezas de
argamasa. Lo verdadero es como un hilillo de sangre, ¿no crees? A nadie le
gusta observar cómo tiemblan sus extremidades y se resquebrajan sus cimientos; o ser consciente de que es imposible eludir el momento de enfrentarte a la
vacuidad de las razones que esgrimes para justificar tu vida.
Resulta estúpido eso de
las razones para justificar no se qué ante no se sabe quién, los argumentos de peso y demás
expresiones soporíferas y severas. ¿Para qué querrías entregar a todos
los que desean indagar sobre ti -sin detenerse en ti- ese ramillete de dudas
que tejes y destejes según tu voluntad, tu antojo, tu miedo?
Es preciado ese
ramillete... ¡tan bien te resume y tan poco dice explícitamente de ti! Sería
inútil que alguien intentara construir a partir de él una imagen certera, ni
siquiera aproximada, de tu persona. Terminaría recreando una sensación similar a la de un bebé
engalanado para un bautizo -precioso entre telas brillantes pero incómodo en su
verdadero sentir- y poco más. Bueno, al menos lo que quede de trayecto podrás llevar esas flores de nada entre los brazos, agradecer su compañía silenciosa. Y cuando arrojes todas esas razones y ese mundo de cielos que no son, esperarás tan sólo a quien desee esperarte.
*El título de la entrada corresponde a un extracto de la canción "Awake my soul" de Mumford & Sons.
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